lunes, 24 de enero de 2011

Los cielos de Caracas


El cielo de enero en Caracas es un regalo divino. Es un cielo que se transforma en muchos: azules múltiples, intensos, frescos y vibrantes... de esos tonos se viste la ciudad.

Al despuntar el día, la polis comienza a teñirse de un celeste puro como aquel que siempre se extinguía rápido de la caja Prismacolor que, cuando pequeña, me compraba mi papá. Y así, horas de por medio, el azul avanza fijo, salpicado por alguna nube traviesa. Vívido, va regalando fuerza y coquetea incesante con El Avila, esa montaña silente que protege sueños y temores de nosotros los caraqueños.

Y con el ocaso, la danza entra. Azules y naranjas, violetas e índigos se toman de las manos y revolotean en el atardecer. Apartar la vista de esa pintura es casi imposible, porque es una brisa fresca e impetuosa, porque es una válvula para que el espíritu se regocije y se prepare para el descanso. Esa imagen transformadora fue la que esa tarde rozó mis ojos, desde mi balcón y con la mirada clavada en la pista de La Carlota.

¿Qué dádiva más vigorizante podría darnos el primer mes del año? Me alegra que todavía nos cubra ese azul, el siempre vivo azul de los cielos de Caracas.

Fotografía: Gloria Calderón, 23 de enero de 2011

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